viernes, 25 de agosto de 2017

El dilema educativo entre los contenidos y el proceso formativo.

Un problema complejo en las instituciones educativas en el presente es el ciclo que gira en torno a buscar un mayor "nivel académico" pero que a su vez deviene en el agotamiento de los participantes con el consecuente declive de acciones académicas efectivas. Se busca ser mucho, pero se obtiene lo contrario.
Se ha perdido de vista lo que es la educación en cuanto proceso formativo y lo estamos confundiendo con la pretensión de llenar al niño de innumerables añadidos que más gustan a ciertos padres de familia que al niño mismo. Muchas escuelas cada vez se promocionan más con listados de elementos extras que pretenden convertir al niño un repositorio de contenidos muy alejados de sus anhelos personales, así se tienen escuelas que prometen: valores, modelo equis de matemáticas, robótica, tablets, inglés, francés, certificaciones, inteligencias rebuscadas, programas de ciencias, multiplicidad de talleres, etc. pero olvidan centrarse en el punto medular de su tarea educativa.
Las consecuencias de prometer muchas cosas sin tener un sentido aterrizado en el real anhelo vital del niño son múltiples y resultan evidentes en gran parte de las instituciones que lo pretenden. La más evidente aunque no se visibiliza mucho es la que se liga con las habilidades organizativas: juntar las n promesas en un todo limitado termina por llevar a perder el sentido último de la educación y a confundir a los involucrados. Los temas se cubren por programación y no por su pertinencia, los horarios se complican, se cruzan otros procesos que interrumpen el proceso medular, se torna cada vez más complejo dar un adecuado seguimiento, se toman decisiones al vapor que se confunden al ser comunicadas, se exigen tareas a realizarse en tiempos irreales, no son suficientes los esfuerzos y se descalifican sus resultados, se termina por agotar y frustrar a los participantes. Sí, se pretende mucho, se logra poco, el agotamiento surge y la frustración termina por llegar en el docente.
Hay instituciones que han aprendido a no meterse en esas complicaciones y se han centrado en lo único que importa: la formación del niño desde la realidad del niño. Es así que se concentran en su proceso de desarrollo y le aportan aquello que requiere en el momento pertinente. Cambia el foco de atención, se deja de naufragar en el mar de la activitis y se surcan los océanos del desarrollo poniendo toda la atención en el presente en función del puerto al que se quiere llegar. Asumir esta dinámica centrada en el niño real, en procesos aterrizados en su realidad y sus reales anhelos, con docentes llenos de energía para atender cada instante del desarrollo, es lo que da por resultado un ambiente que estas instituciones pueden prometer sin mayor problema: "los niños quieren venir todos los días porque en este lugar se sienten felices, sienten que es una segunda casa y sienten que aprenden lo que necesitan para su vida".
El gran discernimiento está entre sucumbir a las modas de los contenidos añadidos o asumir el propósito más profundo de la educación: la formación de personas. El primero deviene en frustraciones, el segundo en plenitud vital.

sábado, 12 de agosto de 2017

La educación como construcción de verdades intersubjetivas, y la consecuente autorrealización del sujeto.

La educación y el aprendizaje necesitan poder asentarse de una vez por todas en las bases paradigmáticas que trascienden a las de la modernidad.
La modernidad por mucho tiempo tuvo anclajes que terminaban negando al sujeto en pos de alguna construcción idealista, muchas veces ligada a alguna concepción que se asumió como una verdad sin anclaje en la realidad. Así, "La Razón" se convirtió en una diosa, "La Objetividad" en un ideal de percepción, "La Ciencia" en una metodología que producía verdades incuestionables, "El Progreso" en un motor hacia la utopía y "La Utopía" en un pretexto por el que nuestro presente habría de sacrificarse.
Ya no es posible esto, hoy nos damos cuenta de los innumerables fracasos que todas esas concepciones han generado. El sujeto es negado cuando se imponen las razones (de Estado, del colectivo, de la ciencia, del progreso), el sujeto queda aprisionado en un mundo que ya no es un espacio para desarrollar su vida sino para cumplir con innumerables obligaciones que le son ajenas y que lo llevan a la frustración más profunda.

Se necesita reconocer que no hay ideales por los cuales valga la pena sacrificarse, más bien existen realidades en las cuales se está inmerso y en las cuales se encuentran las únicas posibilidades de transformación para construir una vida que valga la pena vivir. Hemos, por lo mismo, de abandonar nuestro afán de aferrarnos a modelos ajenos a nuestra realidad presente y atrevernos a construir dinámicas de desarrollo desde esa realidad.

La educación necesita partir de tales comprensiones. Asumir al sujeto en su complejidad, con sus anhelos y restricciones, para generar las dinámicas necesarias para reconstruirse a sí mismo, integrando todo ello en nuevas configuraciones existenciales.

Los nuevos paradigmas, entonces, están asumiendo un enfoque distinto al de la modernidad aún no completamente superada. Aún no es asumida plenamente la comprensión de que el sujeto y la subjetividad son las únicas fuentes de verdad, que la realidad sólo es subjetiva; y ello debido a que no hemos atinado a encontrar una manera de integrarla con los demás: si toda verdad es subjetiva, también es intersubjetiva según se puede compartir con el colectivo. El sujeto no es un ente aislado, es un ser-con-los-otros, y desde ahí es que construye sus saberes.

La educación necesita asumirse desde esta perspectiva y entender entonces que todo el proceso educativo ha de ser el de la construcción de verdades intersubjetivas a través de procesos comunicativos integrales. El resultado ulterior de un proceso educativo de ésta índole es un sujeto integral, colaborativo y capaz de proseguir su formación en pos de su autorrealización.